“El Rey Fernando y la Reina Isabel esta ciudad

que ves, en muy pocos días levantaron.

Erigióse para destruir los enemigos contrarios a la fe

por eso creen que se le debe dar el nombre de Santa Fe”

(PEDRO MÁRTIR DE ANGLERÍA)

Don Fernando hizo un llamamiento a todos sus nobles, a las ciudades y villas castellanas, para que acudieran con sus fuerzas porque “Dios mediante, yo el Rey tengo acordado de entrar valerosamente contra la çibdat de Granada para treynta de março próximo venidero, e para ello tenemos acordado que vayáis conmigo en persona”. Llamamiento que no fue atendido por todos pues hubo nobles que, por su cansancio de hacer largos viajes, enviaron en su lugar “sus capitanes con gente, e de muchas partes de Castilla no vinieron por las grandes fatigas padecidas cada año”. Alfonso de Palencia, en su carta al obispo de Astorga, don Juan Ruiz de Medina, nos lo confirma al decir que “la reina envió también cartas a los próceres que habían destinado gente para la campaña granadina pero permanecían en sus tierras para que, cuanto antes, procuraran enviar los refuerzos en el caso de que ellos mismos no pudieran venir al campamento, detenidos por causas legítimas”.

El Rey tomó el mando de su ejército en abril de 1491, saliendo de Sevilla el día 11, llegando el 19 a Alcalá la Real y poniendo el 21 su real en el Puente de Velillos (muy cerca de Pinos Puente). En el valle del río del mismo nombre hace alarde de sus tropas que, según hemos dicho antes, los cronistas cifran entre 60.000 y 80.000 hombres. El día 22 llega a los Ojos de Huécar “que es una legua de Granada”. Siguiendo el plan preconcebido de antemano y que había sido preparado sobre el terreno por el marqués de Cádiz, don Rodrigo Ponce de León y Núñez, el Rey Fernando, sin detenerse siquiera a establecer su real, se dirige hacia los fértiles valles de la Alpujarra para impedir que desde allí pudiera recibir la ciudad (que se proponía cercar) ninguna clase de socorros. Para ello destacó al marqués de Villena, don Diego López Pacheco y Portocarrero, que con 1.000 caballos y 10.000 peones penetró por el Valle de Lecrín, en aquel fragoso lugar, incendiando aldeas y apresando familias enteras desprevenidas, que nunca pudieron creer que los cristianos se atrevieran a llegar hasta allí antes de la toma de la ciudad.

El Rey marchó con el resto de la hueste en seguimiento del marqués de Villena para protegerlo, llegando hasta el Padul, en la entrada del Valle de Lecrín, desde donde pensó, en vista de los éxitos conseguidos, continuar con su devastación. Advertidos los moros le opusieron seria resistencia cerca de Béznar, de donde fueron cediendo terreno ante la presión de las fuerzas del marqués de Cádiz y de don Gonzalo Fernández de Córdoba y Enríquez de Aguilar. Así continuaron hasta que se hicieron fuertes en el puente de Tablate, estrecho desfiladero de la sierra protegido por altos contrafuertes, de donde no pudieron ser desalojados. En vista de ello, el día de San Marcos volvió el Rey con todo su ejército a pernoctar en el Padul, dándose por satisfecho con los resultados obtenidos en la correría –en la que apenas si sufrió daños la tropa cristiana y, en cambio, cogieron un rico botín y gran número de prisioneros.

No están muy conformes ni los cronistas ni los historiadores en el día exacto en que el Rey Fernando estableció su campamento “cabe los Ojos de Huécar cerca de donde es oy día Santa Fe”. Como dice Ramón Menéndez Pidal, “la fecha de 26 de abril de 1491, un día después de San Marcos, parece la fecha más cierta en la que don Fernando establece su último y definitivo campamento en los Ojos de Huécar, como lo haría por primera vez en junio de 1483 por razones estratégicas y de seguridad de abastecimiento”. Pero la zona de los “Ojos de Huécar” no era la más a propósito para el campamento debido a las inundaciones del río Genil. Añádase, también, que los moros, desde Granada, podían regular el caudal de las aguas de la acequia Real, anegando en este caso todas las tierras comprendidas entre aquella acequia y el río Genil. En la crónica de Henríquez de Jorquera, más explícita, se dice: “El rey determinó de mejorarse de sitio y martes veinte y seis de abril, mudó su real en un llano de la vega, no lexos de los ojos del Huecar y del río Genil para ser abastecido de agua con presupuesto de no levantar el sitio hasta ocupar la ciudad de Granada y para, desde allí, talar la vega y destruilles los sembrados”. Por tanto, la estancia de las tropas cristianas en los Ojos de Huécar se debe considerar, simplemente, como una acampada de las tropas del Rey Fernando.

Figura 1. Plano de los emplazamientos hipotéticos del primer Real ubicado junto a los Ojos de Huécar y del Real de la Vega en relación con el Real de Santa Fe. Dibujo sobre el plano del término municipal de Santa Fe (Diputación Provincial de Granada, 2001). García Pulido y col. (2005)
Figura 1. Plano de los emplazamientos hipotéticos del primer Real ubicado junto a los Ojos de Huécar y del Real de la Vega en relación con el Real de Santa Fe. Dibujo sobre el plano del término municipal de Santa Fe (Diputación Provincial de Granada, 2001). García Pulido y col. (2005)
Figura 2. A ambos lados del camino de la “tarasca” (camino viejo de Belicena) se estableció el segundo campamento cristiano, conocido como el “Real del Gozco” o “Real de la Vega”. Espinosa Cabezas (1995)
Figura 2. A ambos lados del camino de la “tarasca” (camino viejo de Belicena) se estableció el segundo campamento cristiano, conocido como el “Real del Gozco” o “Real de la Vega”. Espinosa Cabezas (1995)

Finalmente, en los últimos días del mes de abril, el Rey establece su campamento definitivo –conocido como el “Real de la Vega”– en el pago del Gozco, sobre los arrasados restos de la destruida alquería del Gozco, encontrándose el corazón del mismo, las tiendas reales de sus Altezas, en los terrenos que ocupa el actual cementerio de la ciudad de Santa Fe. Así nos lo confirma el cronista Alonso de Santa Cruz, que en sus escritos nos cuenta que “(…) el Rey se vino con toda su jente hasta El Goço [Gozco], que es poco más de legua y media [8.359 m] de la ciudad de Granada y un quarto de legua [1.393 m] del río Jenil. Y allí mandó asentar su real, muy ordenado; y lo hiço cercar de cavas muy hondas, y en ellas sus puentes para las entradas y salidas de las jentes (…)”. Como señala el erudito local Ángel Espinosa Cabezas, esta ubicación última del Real en el pago del Gozco contaba con una serie de ventajas respecto a la de los Ojos de Huécar. Por una parte una mayor salubridad, derivada de su posición más elevada y alejada del Genil, controlado en su cabecera por los granadinos, y de las surgencias de agua de los Ojos de Huécar. En segundo lugar, la protección que le otorgaba la Acequia Madre, proveniente del río Dílar (que ya estaba bajo el dominio cristiano en todo su curso), y que se emplearía para inundar los fosos del real. Y, por último, una mayor cercanía al primitivo camino que unía las alquerías del Gozco y Belicena, que a su vez lo comunicaba con la fortaleza de Alhendín. Hacia poniente esta zona seguía estando bien pertrechada por el camino de Alcalá la Real, de donde provenían las recuas de abastecimiento. Para suplir el peor suministro de agua que tenía este emplazamiento, se debió de crear el hoy desaparecido Canal de Isabel la Católica, que traía el agua de la fuente del mismo nombre. Además, de forma paralela al establecimiento del campamento de tiendas de campaña que mencionamos anteriormente, Alfonso de Palencia nos dice en su ya citada carta al obispo de Astorga que, “pensando en su defensa ulterior, comenzó a construir cerca del campamento un esbozo de ciudad que abría de perdurar bajo el nombre de Santa Fe; demostrando al enemigo que no habría de faltar en aquella ciudad un ejército de escogidos caballeros y soldados, contando con que en todo el verano no se consiguiera el fin apetecido”.

Terminada la fortificación del campamento definitivo, los aposentadores asignan a cada jefe, según su grado, el lugar que ha de ocupar dentro de las defensas castrenses. Los centuriones montan la vigilancia, las guardias y centinelas. Se escogen ojeadores nocturnos que, conocedores del terreno, alternen en las noches lo más cerca posible de la ciudad para observar si dentro de ella ocurre algún levantamiento militar. Así todo dispuesto conforme a las reglas, comienza seguidamente su labor de destrucción de la única fuente de avituallamiento que le quedaba a Granada: su fértil vega, en la que los moros habían de empeñar todo su poder y los alardes de valor de sus caballeros para defenderla y la que, desde este momento hasta la caída definitiva de la ciudad, se vio convertida en palenque de escenas caballerescas.

Figura 3. Mapa de alquerías, torres y villas de la Vega de Granada en 1491. Archivo Municipal de Santa Fe (2011)
Figura 3. Mapa de alquerías, torres y villas de la Vega de Granada en 1491. Archivo Municipal de Santa Fe (2011)
Figura 4. Tienda de campaña que utilizaron los Reyes Católicos durante la última fase de la Guerra de Granada y que se exhibe en el Museo de América (Madrid). Espinosa Cabezas (1995)
Figura 4. Tienda de campaña que utilizaron los Reyes Católicos durante la última fase de la Guerra de Granada y que se exhibe en el Museo de América (Madrid). Espinosa Cabezas (1995)

El acontecimiento al que se le ha dado más importancia y trascendencia por los historiadores en general ha sido el incendio ocurrido en el real en la noche del 14 de julio. Este incendio ha sido relatado minuciosamente por todos los que se han ocupado de la toma de Granada y se ha llegado a la conclusión de afirmar que, por este motivo, los Reyes Católicos hicieron erigir la ciudad de Santa Fe: para demostrar a los moros su propósito de no marcharse hasta ver conquistada Granada. En el ánimo de los que afirman esto, sin duda, ha influido la inveterada tradición que perfumaba la fundación de la ciudad con el olor a madera, telas y sedas quemadas por el descuido de una doncella de la Reina o por las mismas manos reales. Muchas veces se ha pintado a la Reina Católica corriendo aterrada con el pequeño escritorio de sus papeles secretos entre los brazos, en busca del Rey su marido, con todo bizarro y valeroso, se armaba de todas sus armas para ponerse al frente de sus esforzados capitanes que ya, tocada la alarma e izadas las banderas, se habían desplegado ante las empalizadas para contener el ataque que suponían desencadenaría el enemigo acto seguido.

Pero el estudio de las fuentes y la exacta interpretación de lo que cuentan los cronistas, nos hace no dar mayor importancia al incidente que el ser obligado acicate para dar cima al propósito de los Reyes de construir una ciudad para “enfrenar a Granada” y que, por los azares de la campaña, unidos a la desgana de los nobles muy cansados después de nueve años de guerrear, su terminación efectiva se iba prolongando. En efecto, ya hemos visto cómo y cuándo se establece el campamento en la alquería del Gozco o “cabe los Ojos de Huécar”, y ya hicimos referencia a la carta de Alfonso de Palencia al obispo de Astorga en la que le decía que “con propósito de ulterior defensa comenzó (el rey) a construir junto al campamento el simulacro de una ciudad que había de perdurar con el nombre de Santa Fe”; pues bien, leyendo a Andrés Bernáldez vemos cómo desde el mismo establecimiento del campamento se comenzó a edificar la ciudad, cuya fábrica duró todo el tiempo del cerco.

Los Reyes, ante todos estos contratiempos, reaccionaron con rapidez presentándose ante el ejército con ánimo sereno y ordenando construir la tienda de mando como si hubiera de durar perpetuamente. Igual hicieron todos y “en lugar de las tiendas de campaña se levantó la fábrica firme de las casas”, cada uno según sus posibilidades, y la fortificación del campamento fue aumentada con una muralla y una fosa hasta los ángulos más próximos a la ciudad. La idea, que desde un principio había tomado cuerpo en el pensamiento de los Reyes, se había realizado. La ciudad, que unos meses después iba a ser cuna de un Nuevo Mundo por firmarse en ella las Capitulaciones con su descubridor don Cristóbal Colón, ya era un hecho histórico.

Mientras tanto, agosto, septiembre y octubre de 1491 fueron meses tremendos para los sitiados. Faltaba comida y autoridad. El hambre campaba por Granada y las turbas se habían apoderado de las calles. No les quedaba más posibilidad que robar a los ricos para poder comer y quejarse de una monarquía que les había colocado en una situación tan lamentable.

Boabdil convocó en la Alhambra una reunión con los capitanes, los alcaides de las fortalezas, los comerciantes y los principales de Granada. A esa reunión concurrieron todos. El Rey Chico les pidió que se sometiera a discusión cómo salir con bien de aquél atolladero.

El alcaide Abul Kasim el Muleh tomó la palabra. El tono de su voz era de abatimiento y su retrato de la situación bastante negro. No veía otra solución que entregarse a los cristianos para evitar males mayores. Sus afirmaciones eran enseguida apoyadas por los alfaquíes y los ancianos, que tenían claro que no existía otra salida. Todos los reunidos decidieron que fuera el mismo Abul Kasim el que acudiera a Santa Fe a proponer soluciones pacíficas a los castellanos.

Boabdil quedó un rato en silencio. Se notaba en su rostro dolor e indecisión. Por fin accedió a los deseos de los congregados. Al día siguiente se presentó en Santa Fe Abul Kasim. Los Reyes le recibieron enseguida colmándole de atenciones y él les fue enumerando los deseos de la asamblea a la que representaba. Deseaban entregarse y entregar la ciudad pero conservando sus bienes, su religión y sus costumbres.

Isabel y Fernando acordaron que representantes suyos, de Boabdil y de la asamblea de notables negociaran la rendición.

Así se hizo. Poco después se iniciaron las conversaciones. Representaban a los Reyes por parte cristiana don Gonzalo Fernández de Córdoba y el secretario Hernando de Zafra. Por parte granadina negociaban el propio Abul Kasim y Yusef Aben Comixa. Para asegurar la buena fe de los granadinos entregó Boabdil como rehén a su propio hijo y a otros jóvenes que fueron llevados por los cristianos a Moclín.

Las dos comisiones se reunieron en secreto en algún lugar cerca de Churriana. No querían ser descubiertos y cuando se encontraban era de noche y escondidos. Un espía moro que se llamaba Hamet Holeilas les servía de enlace. Se discutió mucho por ambas partes. Al fin se llegó a la redacción de un documento aceptable.

La parte musulmana entregaba la ciudad, sus torres y sus fortalezas. Esta estipulación luego se cumpliría escrupulosamente.

La parte cristiana se comprometía a lo siguiente:

Los musulmanes conservarían sus bienes y haciendas. Tendrían libertad de comercio sin pagar más impuestos que los establecidos por la ley musulmana. Se respetarían los ritos musulmanes, se respetarían las mezquitas y seguirían entonando su oración los muecines desde los minaretes. Seguirían conservando sus cultos y sus rentas sin que nadie pudiera alterar estos menesteres. Los cristianos no podrían entrar en las mezquitas sin permiso de los alfaquíes. La justicia entre moros se impartiría por jueces musulmanes. Si habría de impartirse justicia entre moro y cristiano se haría con jueces de ambas jurisdicciones. Los alfaquíes seguirían enseñando en las escuelas públicas el Corán y percibiendo sus limosnas sin que los cristianos pudieran interferir en esta actividad. Se respetarían los matrimonios mixtos y las conversiones sinceras a la fe musulmana. Los judíos de Granada y la Alpujarra tendrían los mismos derechos que los musulmanes. Se entregarían recíprocamente los cautivos. Se respetarían las acequias de aguas limpias sin que nadie pudiera lavarse en ellas ni arrojar inmundicias.

Figura 5. “Nos el Rey e la Reina de Castilla, de Leon, de Aragon, de Secilia, etc., por la presente seguramos e prometemos de tener e guardar e cumplir todo lo contenido en esta capitulación, en lo que nos toca e incunbe, realmente e con efecto, a los plazos e terminos e segund e en la manera que en esta capitulacion se contiene, e cada cosa e parte de ello, syn fraude alguno. E por seguridad dello mandamos dar la presente e sellada con nuestro sello. Fecha en nuestro Real de la Vega de Granada, a veynte e cinco dias del mes de Nouiembre, año de mill quatrocientos e nouenta e un años         + Yo el Rey                + Yo la Reyna”. Espinosa Cabezas (1995)
Figura 5. “Nos el Rey e la Reina de Castilla, de Leon, de Aragon, de Secilia, etc., por la presente seguramos e prometemos de tener e guardar e cumplir todo lo contenido en esta capitulación, en lo que nos toca e incunbe, realmente e con efecto, a los plazos e terminos e segund e en la manera que en esta capitulacion se contiene, e cada cosa e parte de ello, syn fraude alguno. E por seguridad dello mandamos dar la presente e sellada con nuestro sello. Fecha en nuestro Real de la Vega de Granada, a veynte e cinco dias del mes de Nouiembre, año de mill quatrocientos e nouenta e un años
+ Yo el Rey + Yo la Reyna”.
Espinosa Cabezas (1995)

Pues los cristianos no cumplieron absolutamente ninguna de sus estipulaciones. Todo fue simplemente ignorado. ¿Hipocresía? ¡Seguro! Se trataba de tomar Granada y se firmaba cualquier cosa con tal de conseguirlo. Por lo demás el objetivo estaba claro. Se trataba de unificar España en lo político y para ello era imprescindible la unión racial y religiosa.

A Boabdil, su esposa Morayma y sus hijos, para Aixa y sus hermanos les concedieron huertas, molinos, baños y todo lo que pudieran desear. Les dieron las comarcas de Berja, Dalías, Laujar, Andarax, Ugíjar, Órgiva, toda la Alpujarra.

Abul Kasim fue con los documentos a Santa Fe donde se firmaron por Isabel y Fernando el 25 de noviembre. Luego Hernando de Zafra partió para Granada a fin de que el documento fuera firmado por Boabdil y su Consejo.

El Consejo de Boabdil, su Mexuar, se reunió enseguida. Los asistentes sintieron una profunda tristeza. A pesar de las promesas y las estipulaciones tenían claro su fin. Algunos lloraban, otros sentían una rabia infinita. Muza Ben Abul Gazan se dirigió a los asistentes diciendo:

–Señores: dejad, dejad para los niños y las damas ese llanto inútil. Seamos hombres y tengamos corazón para derramar sangre y no lágrimas. Hagamos un esfuerzo desesperado y ofrezcamos nuestros pechos a las lanzas enemigas y hallemos honrosa muerte en el campo de batalla. Seguidme. Yo estoy dispuesto a acaudillaros. Ejecutemos una proeza que haga famosos nuestros nombres mientras dure el mundo y por la cual nos cuente la posteridad en el número glorioso de los que murieron por defender su patria y no en el de los que conservaron su vida para presenciar su entrega.

Cuando Muza terminó su parlamento todos se quedaron silenciosos y cabizbajos. Unos momentos después Boabdil exclamó:

–Cúmplase la voluntad de Alá. El ánimo y las fuerzas faltaron en la ciudad y en el Reino para resistir a nuestros enemigos. El cielo decretó la ruina de la patria bajo el desgraciado horóscopo de mi nacimiento.

Todos los asistentes se dispusieron a dar su aprobación a la firma del documento que les presentaba Abul Kasim. Entonces Muza se levantó de nuevo para increpar a la asamblea diciendo:

–Hacéis muy bien en oír con paciencia y con serenidad esas condiciones mezquinas y bajar el cuello al duro y perpetuo yugo de una vil servidumbre. Si blasonáis de nobles no os queda más recurso que el de los pechos nobles y es la muerte. ¿Pensáis que los cristianos serán fieles a lo que os prometen y que el Rey de la conquista será tan generoso vencedor como feroz enemigo? ¡Os engañáis! Nos amenazan tormentos y afrentas, robos, ultrajes, opresión, intolerancia y hogueras. Os lo repito, corramos a morir defendiendo nuestra libertad. La madre tierra recibirá lo que produjo y al que falte sepultura que le esconda no le faltará cielo que le cubra.

Todos quedaron de nuevo en silencio. Muza comprendió que nadie le seguía. Estaba solo en su determinación heroica. Entonces salió de la sala del Consejo con gestos de ira, tomó sus armas, su caballo y salió por la puerta de Elvira no se sabe hacia dónde.

En Santa Fe Isabel, Fernando y sus hombres estaban impacientes. Hernando de Zafra debía volver a traerles la firma de Boabdil en el documento pactado y no había señales de él. ¿Existiría algún problema? No era difícil imaginar alguna revuelta en la Alhambra contra Boabdil. Inquietos enviaron a Gonzalo Fernández de Córdoba para buscar y, tal vez, ayudar al secretario de los Reyes a quien intuían en dificultades.

Gonzalo Fernández de Córdoba salió para Granada. Al amanecer llegó a la Alhambra. Cuando se anunció su presencia fue de inmediato recibido en la sala del Consejo. Allí encontró a Boabdil acompañado de los alfaquíes, del alcaide Abul Kasim y allí estaba también Hernando de Zafra. El Mexuar había concluido sus deliberaciones. Los documentos de Capitulaciones estaban firmados y ratificados. No les quedaba más que volver con ellos a Santa Fe.

Gonzalo y Hernando llegaron a presencia de los Reyes, alegres por el encargo cumplido y preocupados por las escenas de indecisión y discordia que habían presenciado en la Alhambra. Podría esperarse cualquier cosa del pueblo y la nobleza granadina, incluso una rebelión contra Boabdil.

Las noticias de las Capitulaciones se extendieron por Granada. El pueblo se excitaba por momentos, inquieto, amargado e intranquilo. Los rumores y los presagios corrían por las calles y las plazas de la ciudad. En ese momento apareció un santón ermitaño instigando al pueblo y predicando guerra santa contra Boabdil y su trato con los Reyes castellanos. Los buenos musulmanes, decía, deben luchar y defender su patria. En un santiamén se alistó un ejército de veinte mil granadinos que se armaron como pudieron y que estaban deseando luchar y morir.

Al día siguiente desapareció el tumulto. Seguramente algunos espías del Rey Chico acabaron con el santón y sus propuestas.

A todo esto los Reyes encontraban en la corte granadina dos formidables aliados. Abul Kasim y Aben Comixa informaban puntualmente a Fernando de todos los incidentes que se producían en la Alhambra.

El mes de diciembre fue de espera, pero los granadinos se iban poco a poco haciendo a la idea de que la entrega era irremediable. Y la sensación de disgusto se extendía por la ciudad. Boabdil temía que antes de cumplirse el plazo se iban a producir revueltas en Granada. En vista de ello escribió una carta a Fernando e Isabel pidiéndoles se adelantara el día de la entrega de la ciudad. Con la carta les envió dos regalos: un magnífico caballo y una cimitarra preciosa. Aben Comixa llevó la carta y los regalos. La fecha sería el 2 de enero de 1492 en lugar del 6 como antes se había convenido. Pero eso… es una historia que será contada en otra ocasión.

 

FUENTES:

    • ARCHIVO MUNICIPAL DE SANTA FE. Sancta Fides a.v.c. Cuaderno del profesor. Santa Fe: Ayuntamiento, 2011.
    • BUENO GARCÍA, FRANCISCO. Los Reyes de la Alhambra. Entre la historia y la leyenda. Ediciones Miguel Sánchez. Granada, 2004. ISBN: 84-7169-082-9.
    • ESPINOSA CABEZAS, ÁNGEL. Santa Fe. Aproximaciones geográfico-históricas. Excmo. Ayuntamiento de Santa Fe, Empresa Pública del Suelo de Andalucía, Librería El Hidalgo, 1995. ISBN: 84-605-3949-0.
    • GARCÍA PULIDO, LUIS JOSÉ; ORIHUELA UZAL, ANTONIO. “Nuevas aportaciones sobre las murallas y el sistema defensivo de Santa Fe (Granada)”. Archivo Español de Arte, LXXVIII, 2005, 309, págs. 23-43. ISSN: 0004-0428.
    • LAPRESA MOLINA, ELADIO. Santa Fe: historia de una ciudad del siglo XV. Universidad de Granada, 1979. ISBN: 84-338-0112-0.