Todos los cronistas vienen a coincidir de una manera u otra que el Real de Santa Fe (figura 1) tenía murallas almenadas, fuertes torres, fosos (cavas), cuatro puertas de entrada y defensas, es decir, puentes levadizos protegidos por baluartes –la voz baluarte a la que se refieren los cronistas se correspondería con la definición actual de barbacana, entendiéndose ésta como la fortificación avanzada y aislada utilizada para defender puertas de plazas o cabezas de puente, y que es atravesada por el camino de acceso, controlándolo– con sus traveses –muros que unen el baluarte o bastión con la cortina o muro principal de la plaza.

Figura 1. Detalle del Real de Santa Fe en el tablero de la sillería del coro bajo de la Catedral de Toledo en el que se representan las murallas almenadas, las torres, las cavas y una puerta de entrada con su baluarte, su través y su puente levadizo. García Pulido y col. (2005)
Figura 1. Detalle del Real de Santa Fe en el tablero de la sillería del coro bajo de la Catedral de Toledo en el que se representan las murallas almenadas, las torres, las cavas y una puerta de entrada con su baluarte, su través y su puente levadizo. García Pulido y col. (2005)

Respecto a la muralla, uno de los puntos que más confusión ha generado ha venido siendo el relativo a su materialidad física: conocer la técnica constructiva que permitió levantar una cerca de 1.424 pasos (unos 1.190 m) de perímetro en pocos meses. La hipótesis que tradicionalmente se ha venido aceptando es la que deriva del testimonio dado por Ginés Pérez de Hita en 1595, al indicar que el recinto “(…) fué cercado de un firme baluarte [muralla] de madera todo, y luego, por cima, cubierto de lienço encerado, de modo que parecía una firme y blanca muralla, toda almenada y torreada, que era cosa de ver, que no parecía sino labrada de una muy fuerte cantería (…)”, afirmación expresada como comentario al romance que comienza de la siguiente manera:

Cercada está Santafé

con mucho lienzo encerado,

al derredor muchas tiendas

de seda, oro y brocado, (…)”.

Sin embargo, llama poderosamente la atención el hecho de que los cronistas o viajeros más o menos coetáneos a los sucesos acaecidos en 1491 traten de ensalzar la robustez y gentil hechura de los bizarros muros de Santa Fe, acaso por ser ésta una estrategia más de los Monarcas para mantener en secreto sus tácticas militares. A falta de una excavación que, al menos, nos aporte información sobre la cimentación de la muralla, sólo podemos elucubrar cuál pudo ser la solución más lógica que se optó por emplear. Desde luego, no habría que pensar en una sólida muralla construida por entero de cantería, pues aunque el Rey Fernando ordenó al Concejo de Sevilla el 30 de abril de 1491 que “(…) para acabar mas prestamente la obra de la villa que yo mando faser junto con la çibdad de Granada son menester muchos mas bueyes e carretas, demas de los que esa çibdad ha enbiado (…)”, no parece probable que estos efectivos se ocupasen en traer piedras de las canteras de Escúzar, La Malahá o Sierra Elvira, con la facilidad con que estos convoyes podían ser interceptados por los granadinos. Además, el hecho de que las murallas tuviesen que empezar a ser reparadas pocos años después, desapareciendo por completo en el siglo XVIII, descarta definitivamente esta opción. Una solución de tapias de argamasa de cal similar a la de las murallas de Granada hubiese requerido también bastante tiempo para erigirlas, frente a la inmediatez que precisaba la ocasión. Por otro lado, es cierto que la madera no debió de faltar en los Reales, dado que las continuas talas y saqueos de las alquerías de la Vega proporcionarían fácilmente este material de construcción; además, el cercano Soto de Roma, situado al oeste de Santa Fe, tenía aún en este momento bosques de considerable importancia. Sin embargo, no es la madera el material más idóneo para dar espesor a una muralla con gruesas y fuertes torres. Por tanto, habría que acudir a una solución híbrida entre la tapiería y la empalizada de madera: bloques de tierra prensada con paja, cantos rodados y algo de cal, con un encofrado perdido a ambas caras de madera, conformado por troncos de árboles clavados en vertical. Si a todo ello se le da un recubrimiento de cal para uniformarlo y rigidizarlo, tendríamos el “lienzo encerado” del que habla la tradición popular. Al fin y al cabo sería ésta una simplificación y aceleración de la técnica constructiva de las tapias, en la que se deja el encofrado perdido.

¿Quiere conocer un poquito más acerca del Real de Santa Fe? Le seguiremos contando más cosas en la próxima publicación…

FUENTES:

    • ESPINOSA CABEZAS, ÁNGEL. Santa Fe. Aproximaciones geográfico-históricas. Excmo. Ayuntamiento de Santa Fe, Empresa Pública del Suelo de Andalucía, Librería El Hidalgo, 1995. ISBN: 84-605-3949-0.
    • FERNÁNDEZ APARICIO, MIGUEL ÁNGEL. Santa Fe, traza y orden. Santa Fe: [Granada]: s.n., 2006. ISBN 84-689-7721-7.
    • GARCÍA PULIDO, LUIS JOSÉ; ORIHUELA UZAL, ANTONIO. “La imagen de Santa Fe (Granada) en la sillería del coro bajo de la Catedral de Toledo”. Archivo Español de Arte, LXXVII, 2004, 307, págs. 247-266. ISSN: 0004-0428.
    • GARCÍA PULIDO, LUIS JOSÉ; ORIHUELA UZAL, ANTONIO. “Nuevas aportaciones sobre las murallas y el sistema defensivo de Santa Fe (Granada)”. Archivo Español de Arte, LXXVIII, 2005, 309, págs. 23-43. ISSN: 0004-0428.
    • LAPRESA MOLINA, ELADIO. Santa Fe: historia de una ciudad del siglo XV. Universidad de Granada, 1979. ISBN: 84-338-0112-0.