Como podrá observarse por la cronología de las campañas que sigue, la conquista del Reino de Granada se realizó en etapas de mayor o menor duración, según la resistencia opuesta por los valientes guerreros musulmanes y por lo abrupto del terreno a conquistar, que obligaban al rey a levantar los cercos emprendidos para volver en mejor ocasión. No obstante, lo que pudiéramos llamar descansos en la guerra se empleaban en sorpresas y choques fronterizos que, a la larga, siempre producían efectos beneficiosos para la finalidad propuesta.

En el año 1478 un enviado de Isabel y Fernando había llegado a Granada para exigir el pago de los tributos atrasados. Desde 1438 regía un contrato de vasallaje por el que los nazaríes reconocían la superioridad de los reyes de Castilla y se comprometían a pagarles anualmente veinte mil doblas de oro a cambio de paz en las fronteras. Y se pagó hasta que los problemas de Castilla dieron un respiro a los granadinos.

Cuando Isabel y Fernando se sintieron fuertes pensaron que era el momento de exigir lo pactado. Para ello prepararon una embajada presidida por un hombre de los más ilustres del reino. Se llamaba don Juan de Vera y llegó a Granada vestido con las insignias de la Orden de Santiago de la que era comendador. Llevaba una magnífica armadura y tenía porte arrogante y aires de superioridad. Era un hombre fiel a la corona. Le acompañaba una comitiva pequeña en número pero escogida.
Al entrar en la Alhambra sintió el embajador un escalofrío tremendo. Don Juan iba altivo, marcial, insensible, pero al par sentía herido su orgullo de castellano al contemplar aquellas incomparables estancias y al leer en el pórtico de la sala donde iba a ser recibido, en unos caracteres colosales esta leyenda:

“El Sultán que labró este alcázar, cuantas veces salió al reír la aurora, cayó sobre los enemigos, ya a la tarde fue señor de sus vidas y les impuso la cadena del cautiverio y con ella los condujo a labrar este alcázar.”

Don Juan pudo exponer la razón de su embajada. Recordó los antiguos pactos entre Castilla y Granada, miró fijamente al granadino para recordarle sus incumplimientos y por fin transmitió la exigencia del pago de las cantidades actuales y atrasadas. Cuando Muley Hacén escuchó la exigencia de los castellanos que sonaba a amenaza se levantó como movido por un resorte, miró con fiereza a don Juan y le contestó con desprecio:

– Decid a vuestros soberanos que los reyes de Granada que pagaban tributo a la corona de Castilla murieron. Nuestra casa de moneda ahora no se ocupa de su acuñación. En su lugar fabrica hojas de cimitarras y puntas de lanzas.

Don Juan escuchó estas palabras estupefacto pero sereno. Comprendió enseguida que se preparaba una guerra de incalculables consecuencias.

Muley Hacén al despedirle le obsequió con una cimitarra que era una auténtica joya. La empuñadura era de ágata y otras piedras preciosas guarnecidas de oro y la hoja era del más puro acero de Damasco. El noble castellano, al recibir el regalo, masculló unas frases de agradecimiento y velada amenaza.

– Su Majestad me ha regalado un arma afilada. Confío en que tenga la oportunidad para demostrarle que yo sé cómo debo usar su real presente.

Se retiró del Salón de Embajadores con gesto grave. Era un consumado diplomático y sabía conservar la compostura.

Hacia 1478 los Reyes Católicos habían pactado una tregua por tres años con Abū al-Ḥasan ʿAlī ben Saad, conocido como Muley Hacén, Emir de Granada. A pesar de ella la guerra se mantenía latente, porque de un lado el rey Fernando tenía ordenado a sus Adelantados que guerrearan a los moros desde Lorca hasta Tarifa y de otro, se usaba constantemente la práctica aceptada por el derecho de guerra entre cristianos andaluces y moros granadinos, que a pesar de las treguas, érales lícito a unos y a otros atacar dentro de tres días los lugares de que creyeran fácil de apoderarse y tomar represalias de cualquier violencia cometida por el contrario, siempre que los Adalides no ostentasen insignias bélicas, ni se convocase la hueste a son de trompeta, ni se armasen tiendas, sino que todo se hiciera tumultuaria y repentinamente. En general se puede afirmar, no obstante esto, que los primeros años del reinado de los Reyes Católicos fueron de relativa paz con Granada, pues eran muchos los problemas que les preocupaban en Castilla para pensar en “mover guerra contra los moros”.

Aparte de algunas escaramuzas realizadas por el marqués de Cádiz, que desmanteló una torre cerca de Ronda, siempre sin propósito de “declarar la guerra” y sí en represalia contra los de Ronda, la verdadera chispa que encendió el comienzo de las hostilidades fue la toma de Zahara de la Sierra por los granadinos en una “noche oscura del mes de Enero” (1482), que ya comentábamos en un artículo anterior, a la que los cristianos respondieron con la conquista de la plaza de Alhama por el Marqués de Cádiz, don Rodrigo Ponce de León y Núñez, el 28 de Febrero de dicho año. A partir de este punto, el rey Católico decide hacer la guerra por la parte occidental del Reino de Granada, que en realidad era el lugar más propicio a los ataques, por la facilidad de comunicaciones con la retaguardia, pues, partiendo de cualquiera de las plazas que ella poseía especialmente desde Antequera, los caminos con Córdoba, Sevilla y Jaén, eran buenos y practicables, lo que aseguraba el avituallamiento del ejército.

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Figura 1. Toma del castillo de Alhama en la sillería del coro bajo de la Catedral de Toledo.(http://www.oronoz.com/paginas/fichafoto.php?referencia=89454)

La conquista de Alhama, situada en los secanos del sur que dominan la vega granadina, suponía un gran punto de apoyo para los cristianos en sus campañas ulteriores, al mismo tiempo que representaba un señalado descalabro a los moros pues a parte de considerarla como un dardo clavado en su corazón, les cortaba las comunicaciones con Málaga, de la que tanto necesitaban. Por ello, el mismo rey granadino personalmente tomó el mando de la empresa de recuperarla y en abril de 1482 puso un apretado cerco, que hubo de levantar a poco, al aproximarse la hueste cristiana, llamada apresuradamente por sus defensores en carta a los nobles andaluces, que reproduce Durán tomándola de Alderete en sus antigüedades de España. En socorro de la plaza sitiada, también acudió el monarca católico en persona, quien se enteró en el camino de que había sido levantado el cerco.

Como quiera que Alhama era un punto bastante metido en territorio enemigo, lo que unido a su importancia estratégica le hacía muy codiciada de los moros, sus ataques la ponían en posición difícil, por lo que los reyes decidieron apoderarse de Loja para su seguridad y a este efecto tomaron diversas medidas para ponerle cerco, entre las que se encontraban: pedir préstamos a “algunos caballeros e otras personas singulares de sus reynos que sabían que los tenían. Otros y pusieron ympusición de este año sobre los judíos e moros de toda Castilla e León que pagare cada uno una pieza de oro que se llamaba castellano… e por todas las vías que pudo la reina buscó dineros para los gastos que se querían fazer en la guerra”. En efecto, en la primera quincena de Julio situaban los campamentos a la vista de Loja en la margen derecha del Genil, de donde a poco en vista de la dificultad de abastecimientos y de los continuos ataques de los moros, que llegaron incluso a matar, el 13 de Julio, a don Rodrigo Téllez Girón, maestre de Calatrava, se levantó el cerco, para situarlo en Riofrío “apartado un poco más de la cibdat”, a los cinco días de haberlo establecido.

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Figura 2. Imagen en altorrelieve de don Rodrigo Téllez Girón, maestre de Calatrava, en la Plaza Mayor de Salamanca.(https://es.wikipedia.org/)

Apretado el cerco de Alhama, el rey se vio obligado a socorrerla de nuevo en el mes de agosto y una vez que lo hubo conseguido, por el gran lujo de fuerzas utilizado, se dedicó a talar la vega granadina, por primera vez durante sus campañas. Entrando por Alcalá la Real, recorrió la vega desde Pinos Puente “haziendo talas e quemando algunas alcarías e haziendo otros daños”, volviendo seguidamente a Córdoba.

FUENTES:
BUENO GARCÍA, FRANCISCO. Los Reyes de la Alhambra. Entre la historia y la leyenda. Ediciones Miguel Sánchez. Granada, 2004. ISBN: 84-7169-082-9.
ESPINOSA CABEZAS, ÁNGEL. Santa Fe. Aproximaciones geográfico-históricas. Excmo. Ayuntamiento de Santa Fe, Empresa Pública del Suelo de Andalucía, Librería El Hidalgo, 1995. ISBN: 84-605-3949-0.
LAPRESA MOLINA, ELADIO. Santa Fe: historia de una ciudad del siglo XV. Universidad de Granada, 1979. ISBN: 84-338-0112-0.