Al año siguiente, en 1483, algunos nobles cristianos como el marqués de Cádiz, don Rodrigo Ponce de León y Núñez, el conde de Cifuentes, don Juan de Silva y Rodríguez de Castañeda, el maestre de Santiago, don Alonso de Cárdenas, el señor de Aguilar, don Alonso de Aguilar (Alonso Fernández de Aguilar y Córdoba) y otros caballeros sufrieron un gran descalabro en la Axarquía de Málaga. Este desafortunado contratiempo se vio compensado con la prisión del rey Boabdil el 21 de abril en los campos de Lucena, por el conde de Cabra, don Diego Fernández de Córdoba y Carrillo de Albornoz, y el Alcaide de los Donceles, don Diego Fernández de Córdoba y Arellano, siendo más tarde puesto en libertad por el rey Católico a cambio de vasallaje y otras condiciones. Tras todos estos acontecimientos, don Fernando realizó su segunda expedición a la vega granadina, la que pudiéramos considerar primera por su importancia.

Dos extensos capítulos dedica Hernán Pérez del Pulgar a narrar los hechos de la campaña de 1483. Salido el rey de Madrid sin detenerse en Córdoba “porque el tiempo de la tala se pasaba” distribuyó su ejército compuesto “de diez mill ombres a pie e otros treynta mill peones diputados sólamente para talar… más ochenta mill bestias de recuaje” en un verdadero orden de batalla, mandando él personalmente su cuerpo de ejército formado por 1000 caballeros, 500 hombres de armas a la guisa y otros 500 a la jineta, todos ellos criados suyos y de la reina, a las órdenes del marqués de Villena don Diego López Pacheco y Portocarrero.

Entró por Alcalá la Real el 5 de junio, taló los términos de Íllora y Montefrío, conquistó y destruyó lo que hoy es el castillo de Tajarja (Tajara según Pulgar) con lo que descongestionaba a Alhama a la que abastece el día 15, dejando como Alcaide al conde de Tendilla, don Íñigo López de Mendoza y Quiñones. Al día siguiente, subiendo por el río Cacín hasta una legua de Alhama, quemó y destruyó cuantos cortijos y alquerías encontró a su paso, a dos leguas en círculo, hasta llegar a la Malahá. De allí se acerca hasta una legua de Granada, poniendo su real en Alhendín, desde donde dispuso la protección de los taladores, llegando él mismo hasta muy cerca de los muros de Granada. Habiéndose dado cuenta de la necesidad de hacer un asedio más efectivo a la ciudad, al mismo tiempo que se aseguraba el abastecimiento de su hueste, el día 21 establece su campamento en el lugar que llamaban “Ojos de Huécar”, aproximadamente a dos leguas de Granada y muy cerca del río Genil. Esta posición de los Ojos de Huécar (surgencia de agua que vendría a coincidir con la actual del Canal de los Ojos de Viana, localizada al noreste de Santa Fe) fue elegida para asegurarse el abastecimiento de agua del real, como más abajo se verá.

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Figura 1. Plano topográfico del sector de la Vega de Granada comprendido entre la capital y Santa Fe. En él se dibuja el emplazamiento hipotético del primer Real de las tropas cristianas junto a la Fuente de los Ojos del Huécar. García Pulido y col. (2005)

Dos cronistas importantes, el marqués de Cádiz y Hernán Pérez del Pulgar, nos cuentan lo que ocurrió en la primera acampada de las tropas cristianas en tierras de lo que más tarde acabaría siendo Santa Fe:

“Otro dya, sábado syguiente (21 de junio) por la mañana, se asentó el Real á los ojos de Huetar (Huécar), y los peones fueron este dya con el fardaje al Real e con las batallas de caballeros… El lunes e martes siguientes, demandó el Rey al secretario Francisco de Madrid que tomase á su cargo derribar la torre que dice de Huecar, que estaba Xenil ayuso, baxo del Real.”

La Torre de Huécar situada junto al río Genil, tenía la finalidad de evitar cualquier paso de los cristianos a través de la intrincada y molesta vegetación salvaje de las márgenes del río Genil, quedando atrapados ante la astucia de los moros. El marqués de Cádiz, testigo de su destrucción, ha dejado este relato:

 

“Era una torre gruesa de argamasa muy fuerte, de quatro bouedas, e baxo su algibe e mazmorra, con su cortijo muy fuerte al derredor della, de argamasa, con algunas casas á que se acogian e defendian muchos de los labradores e ganados de la Vega, e desde ella rescevian dagno los cristianos e corredores e los que entran en almoganeria, e en tiempo de paces, se escondian en ella los cristianos furtados. Derribose por el pie toda la cerca del cortijo, e todas las casas e las bouedas todas e la torre hasta la mitad.”

El cortijo de “torrehueca”, topónimo que, sin duda, procede de la degeneración de Torre Huécar, está edificado sobre las ruinas de esta fortaleza que, hasta no hace mucho tiempo, podían observarse sus cimientos. Esta torre se encuentra en el punto de empalme de la carretera de Fuente Vaqueros con la que va a los baños de Sierra Elvira.

El segundo, Hernán Pérez del Pulgar, refiere lo que sigue:

“Los moros no pudiendo resistir la tala que veian fazer de sus frutos acordaron enturbiar el agua que yba por las azequias donde los cristianos se proveian de manera que la hueste no se podia aprovechar de ella. E por esta causa el Rey mando mudar su real de aquel lugar e ponerlo cerca de unas fuentes que se llaman Ojos de Huécar, porque en mengua de agua la hueste no recibiera daño. E mandó á los taladores, que talasen la vega de Granada por todas partes, e por la ribera de Guadaxenil.”

Durante varios días los soldados cristianos campean por aquellos lugares. La alquería del Gozco, que posiblemente no se libró de su destrucción, es víctima de su furor.

Esta es la primera vez que el Rey pone sus reales en el lugar donde ocho años más tarde habría de conseguir la rendición de Granada, después de haber edificado la ciudad de Santa Fe como muestra de su inquebrantable propósito de no levantar su último y definitivo cerco. Desde este punto continuó, sin cesar, su labor destructora, hasta el 26 en que levanta el campo y pasando por Láchar llega a Alcalá la Real, en la que al día siguiente hace alarde y manda despedir a sus guerreros, después de repartirles sus pagas.

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Figura 2. El dibujo de A. Navajas ofrece una visión retrospectiva de la comarca musulmana, anterior al proceso arboricida de las tropas cristianas. Toda la ribera del Genil estaba poblada de árboles semisalvajes formando un frondoso bosque. Espinosa Cabezas (1995)

 

FUENTES:
ESPINOSA CABEZAS, ÁNGEL. Santa Fe. Aproximaciones geográfico-históricas. Excmo. Ayuntamiento de Santa Fe, Empresa Pública del Suelo de Andalucía, Librería El Hidalgo, 1995. ISBN: 84-605-3949-0.
GARCÍA PULIDO, LUIS JOSÉ; ORIHUELA UZAL, ANTONIO. “Nuevas aportaciones sobre las murallas y el sistema defensivo de Santa Fe (Granada)”. Archivo Español de Arte, LXXVIII, 2005, 309, págs. 23-43. ISSN: 0004-0428.
LAPRESA MOLINA, ELADIO. Santa Fe: historia de una ciudad del siglo XV. Universidad de Granada, 1979. ISBN: 84-338-0112-0.