“Todas las banderas bajaban cuando la Reina pasaba” (ANDRÉS BERNÁLDEZ)

Un mayor interés tiene a nuestro fin la corta campaña de 1486, pues fue dirigida principalmente contra las villas y castillos próximos a la ciudad (algunos de los cuales había sido imposible expugnar en intentos anteriores). El gran lujo de preparativos que se hicieron es la mejor prueba del empeño que en ella habían de poner los reyes. Hernán Pérez del Pulgar los numera prolijamente y los cronistas musulmanes registran “no satisfecho con tan rápidos triunfos, empleó el rey de Castilla todos los recursos de su ingenio y todas sus estratagemas para subyugar el resto de Andalucía”. Estos recursos fueron, según el cronista cristiano: 12.000 caballos y 40.000 ballesteros, lanceros y espingarderos; así como 60.000 bestias de carga para llevar los mantenimientos, 2.000 carros con la artillería y 6.000 peones para ir allanando los caminos al paso de éstos.

A ella prestaron su colaboración los nobles extranjeros: “vino este año del Reyno de Inglaterra un cavallero que se llamava lord Rivers, conde de Escalas, ome de grand estado e de la sangre real, e traxo en su compañía fasta çient ingleses archeros e onbres de armas, que peleaban a pie con hachas e lanças de armas. E vinieron asimesmo algunos franceses con deseos de servir a Dios en aquella guerra”. Reunida toda la hueste en el río Yeguas, se dirigieron contra la ciudad de Loja (que en vano habían intentado tomar en julio de 1482). Este es el objetivo deseado y soñado por el Rey Fernando desde el intento de su conquista años atrás y, sobre todo, porque los moros “hacían mucho daño a los nuestros sin dejarlos sosegar ni de día ni de noche”.

Después de un enconado cerco y de combatir constantemente a los sitiados, la ciudad se entregó al Rey un lunes, “veynte días del mes de mayo del año del nasçimiento del Redentor de MCCCCLXXXVI años”. A muchos de los habitantes de Loja se les permitió pasar a Granada, pero el emir Boabdil (Muley Muhámmad ben Abú al-Hassan Abú ‘Abd Alláh), que se encontraba en la plaza, fue retenido por el Rey Católico con el propósito, dicen los autores árabes, de someter por medio de él a toda Andalucía. Guarnecida convenientemente la plaza bajo el mando de don Álvaro de Luna y Ayala, señor de Fuentidueña, pusieron sitio a la villa de Íllora, a cuatro leguas de Granada, haciendo un pequeño cerco con toda clase de precauciones para evitar sorpresas, dando por resultado que el 8 de junio el alcaide les entregara la fortaleza.

El mismo viernes en que los moros salieron de Íllora el marqués de Cádiz, don Rodrigo Ponce de León y Núñez, y el adelantado de Andalucía visten de gala a sus tropas y salen del Real para esperar a Isabel. La Reina estaba en Córdoba y desde allí seguía las campañas de su marido. Deseaba compartir con él las victorias. Quería conocer las nuevas tierras conquistadas. Este era un buen momento. Sale pues en busca de su marido y de su ejército.

El marqués y el adelantado van a esperarla a la Peña de los Enamorados para protegerla en una tierra recién conquistada. Isabel, que estimaba mucho al marqués, le saludó muy complacida y juntos tomaron el camino de Loja, donde se detuvo a conocer la ciudad y a “consolar a los cavalleros e otros continos de su casa que allí avían quedado feridos”. Luego continuó hacia Moclín, lugar donde don Fernando había puesto su Real sin pérdida de tiempo ni siquiera para esperarla.

El camino no era muy largo, dos días quizás. El tiempo suficiente para que los del Real prepararan un momento tan emocionante. Apenas las mulas de la Reina se dejaron ver entre los olivares se colocaron todos en sus puestos, orgullosos de ver a su soberana.

El recibimiento fue espléndido. El primero en saludarla fue el duque del Infantado, don Íñigo López de Mendoza y de la Vega, que recibe a Isabel a legua y media del Real. Después venía el pendón de Sevilla. Luego el prior de San Juan. Estas tres comitivas se colocaron en posición de entablar batalla, todos vestidos de gala, a la mano izquierda del camino que había de hacer. Todas las banderas y estandartes se inclinaban al paso de su Reina.

Isabel hizo una reverencia al pendón de Sevilla y mandó que se colocara a su derecha. Toda la gente del Real corrió al encuentro de la soberana.

Por fin aparece Fernando rodeado por todos los grandes de Castilla. Al llegar cerca de la Reina ambos se hicieron tres reverencias, la Reina se destocó y quedó con el rostro cubierto por una cofia. El Rey la abrazó y la besó en el rostro. Luego el Rey se acercó a la infanta, la abrazó, la santiguó y la besó en la boca. Todos estallaron en gritos de bienvenida, alegría y admiración.

El Real se hallaba situado en los campos de Moclín, donde el conde de Cabra, don Diego Fernández de Córdoba y Carrillo de Albornoz, había sufrido el tropiezo de la madrugada del 4 de septiembre pasado. Prueba de la importancia que se concedía a esta plaza, la que se consideraba como “guarda de Granada” por su fortaleza y emplazamiento, es que para su cerco mandaron a toda su hueste y asistieron personalmente ambos Monarcas. Muy pocos días resistieron los moros el encarnizado sitio y el 17 de junio, a los nueve días de haberse rendido Íllora, Moclín era entregada personalmente por su alcaide al Rey de Castilla. Concluida la toma de Moclín se reúnen Fernando e Isabel junto con sus capitanes para deliberar los objetivos militares más convenientes. A petición de la Reina se acuerda continuar las talas que venían haciéndose en los campos de lo que más tarde acabaría siendo Santa Fe.

Dejando a las gentes de Sevilla, Jerez y Carmona sobre los castillos de Colomera y Montefrío, el Rey levanta el campo y se dirige hacia Granada con ánimo de talar su Vega. Avanza con decisión desde Moclín y coloca su campamento en los “Ojos de Huécar”, es decir, en el mismo lugar que ya había utilizado en su campaña de destrucción algunos años antes, en 1483. La guarnición de aquel campamento la encomendó al maestre de Santiago, don Alonso de Cárdenas, y al marqués de Cádiz, don Rodrigo Ponce de León y Núñez, los que además tenían que proporcionar protección a los taladores que se desplegaban por los olivares cercanos a la ciudad. Los efectivos militares y el resultado de la empresa nos lo narra Francisco Henríquez de Jorquera de esta manera:

Abiendo ya entrado el mes de junio y recogido el exercito empeso a marchar con su campo el rey catolico, llevando la vanguardia el maestre de Santiago y el duque del infantado y el cuerpo de la batalla del rey, con otros muchos grandes señores; cerrando la retaguardia el marques de Cadiz y el de Villena con otros muchos titulares y cavalleros y con la jente de Sevilla, de Xerez e de Carmona; que abiendo entrado en la vega hicieron un alto junto a una fuente que llamaban los moros los ojos de Guexar [Huécar] y el mismo día que comenzó a marchar el exercito, que fue lunes tres dias de junio salió la reina para Alcalá la Real.

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Figura 1. El Rey Fernando estableció su primer campamento en esta extensa llanura “CABE LOS OJOS DEL HUECAR DE DONDE ES OY DIA SANTA FE” (a la izquierda de la foto la cabeza del canal de los ojos). Espinosa Cabezas (1995).

No estando todavía allí bien establecidos y comprendiendo los moros los graves perjuicios que desde tal lugar les iban a causar sus enemigos, comenzaron sus escaramuzas, viéndose en la primera de ellas obligados a retraerse a la ciudad con bastantes pérdidas. Durante unos días las tierras se riegan de sangre. La lucha es feroz y cruel “si bien llevando lo peor los moros que no dejaron de infestar con las salidas que hacían”. En su deseo de llegar más cerca de Granada, a los pocos días, el Rey ordena avanzar más el campamento y lo establece en las mismas puertas de la ciudad, en un lugar que llamaban la Huerta del Rey. Por los datos que nos da Hernán Pérez del Pulgar, podemos suponer que el Real se avanzó como una legua al nordeste de Granada, colocándolo en las inmediaciones de Sierra Elvira, en la margen derecha del Genil.

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Figura 2. Incursiones del Rey Fernando a la comarca de Santa Fe. Espinosa Cabezas (1995)

Los moros, que estaban acechando los movimientos del enemigo apostados en la espesura de las arboledas que cubrían las angosturas del río, esperaron el paso por sus vados de don Íñigo López de Mendoza y de la Vega, duque del Infantado, que mandaba la retaguardia compuesta de 500 lanzas. Al tomar el camino de Elvira fue atacado con verdadera furia y, si no hubiera sido por la ayuda de las demás huestes cristianas, hubiera sufrido un grave tropiezo. Después de pasar el río y de establecerse en la Huerta del Rey, los moros soltaron el agua del Genil por una acequia que aún existe en aquellos lugares, cerrándolos con un amplio círculo. El gran caudal, aumentado por el río, se desbordó embarrando todas las tierras de labor y poniendo en grave aprieto a las gentes de don García Osorio (don Luis Osorio de Acuña), obispo de Jaén, y don Francisco Fernández de Bobadilla, corregidor de aquella ciudad, quienes se vieron obligados a ser socorridos por el duque del Infantado que, volviendo pies atrás, puso en fuga y persiguió a los moros por el camino de Elvira hasta los mismos muros de Granada.

Varios encuentros de este tipo se sucedieron y, entre tanto, los taladores destruyeron cuantas plantaciones y sementeras encontraron a su alcance. Don Fernando desistió de hacer más extenso el estrago de la tala ante el abatimiento de los soldados extenuados por tantas fatigas, aumentadas por los calores estivales, la falta de dinero para satisfacer las pagas atrasadas y el cansancio de los caballos. Así las cosas, habiéndose retirado a Moclín, recibió el vasallaje y entrega de las villas de Montefrío, Colomera y los Castillos de Elvira y Sagra, dando por terminada su campaña de 1486. Tras esto, se dirigió a Córdoba para proseguir a Galicia, donde le llamaban graves conflictos promovidos por el conde de Lemos, don Rodrigo Enríquez Osorio (también conocido como don Rodrigo Enríquez de Castro).

FUENTES:

    • BUENO GARCÍA, FRANCISCO. Los Reyes de la Alhambra. Entre la historia y la leyenda. Ediciones Miguel Sánchez. Granada, 2004. ISBN: 84-7169-082-9.
    • ESPINOSA CABEZAS, ÁNGEL. Santa Fe. Aproximaciones geográfico-históricas. Excmo. Ayuntamiento de Santa Fe, Empresa Pública del Suelo de Andalucía, Librería El Hidalgo, 1995. ISBN: 84-605-3949-0.
    • GARCÍA PULIDO, LUIS JOSÉ; ORIHUELA UZAL, ANTONIO. “Nuevas aportaciones sobre las murallas y el sistema defensivo de Santa Fe (Granada)”. Archivo Español de Arte, LXXVIII, 2005, 309, págs. 23-43. ISSN: 0004-0428.
    • LAPRESA MOLINA, ELADIO. Santa Fe: historia de una ciudad del siglo XV. Universidad de Granada, 1979. ISBN: 84-338-0112-0.