“Al final… de la rosa sólo nos quedará el nombre” (UMBERTO ECO)

El 25 de noviembre de 1491, onomástica de Santa Catalina de Alejandría, Isabel y Fernando firman las Capitulaciones para la entrega de Granada. Los Reyes Católicos, sabedores de la importancia histórica de este hecho, fundan una ermita a extramuros de la ciudad que dedican a Santa Catalina. Esta fundación se debe a la piedad de la Reina Isabel que, en el año 1492, estableció en Santa Fe un convento de frailes jerónimos, en el mismo lugar donde ella tuvo su tienda de campaña, con el título de Santa Catalina, mártir. Dice Henríquez de Jorquera en sus “Anales de Granada” que el “viernes 25 de noviembre día de la gloriosa Santa Catalina entraron en el Real de Santafé los comisarios de una parte y de otra con las capitulaciones de la entrega, hechas en Churriana, para que sus Magestades las firmasen… Regocixose este día en el real de la nueva villa y hacimiento de gracias prometiendo los reyes fundar un convento fuera de los muros de ella dedicado a Santa Catalina y dárselo a la Orden de San Jerónimo”.

Efectivamente y de acuerdo con la tradición, en el ya hoy desaparecido Cortijo de Santa Catalina que estaba situado en el solar que hay justo al lado del actual cementerio de la ciudad, estuvo instalada la rica tienda de los Reyes Católicos, según se deduce y se prueba indubitablemente con el “Testimonio en Copia de la Merd. que los Sres. Reyes Cathólicos estando en Segovia a los 7 días de Agosto de 1494 as. gozante Juan de la Parra, su secretario, izo a la Ziudad de Santa Fee y sus vecinos del sitio del Real donde tubieron su tienda sus Magdes., a esepción de 150 Marxales de tierra de que yzo Gracia y Mrd. al Real Monasterio de S. Germo. de esta ziudad de Granda. alredor de la Hermita de Sta. Catarina que en el dicho sitio está”. Este documento, el más interesante quizá de los que se han encontrado, denota y determina claramente el interés que los insignes conquistadores de Granada tenían de que, por todos los sucesivos siglos, quedase un perenne recuerdo del lugar preciso y exacto desde el que tan ávida y apasionadamente contemplaron la bella perspectiva de la Granada mora, desde que sentaron sus reales en la feraz vega del Genil hasta que las llamas voracísimas del incendio del mes de julio de 1491 les hizo concebir la genial idea de construir Santa Fe, la “ciudad antes vista que prevenida de que se le sigue a Granada una de sus mayores grandezas, que no se halla en las divinas ni humanas historias que para ganar una ciudad fuese menester fundar otra ceñida de muros en cuadro, como hoy se ve” según nos dice Henríquez de Jorquera en sus “Anales de Granada, paraíso español”.

Fue, pues, en la morisca alquería del Gozco, que más tarde y por este motivo se llamó pago del Real, en donde los sitiadores de Granada instalaron su campamento; el sitio que hace años ocuparon las ruinas de Santa Catalina, en donde se estableció la tienda real; y el motivo de otorgar merced de este terreno a los frailes jerónimos no tuvo otro objeto que los deseos de Isabel y Fernando de que quedase santificado por la fundación de un templo católico, que fue el primero que se erigió de nueva planta en el Reino de Granada, después de conquistado del poder musulmán, según se puede leer en la ejecutoria librada el 30 de agosto de 1644 por el Vicario General del Arzobispado en el interesante pleito seguido por la Comunidad del Real Convento de San Jerónimo en contra del Vicario y Canónigos de la Colegial de Santa Fe, encontrado en el Archivo de la Delegación de Hacienda de Granada, lo mismo que el anterior.

Por esta sentencia llegamos a conocer interesantes detalles sobre la historia de la ermita de Santa Catalina: el prestigio de que quisieron rodearla los egregios donantes del terreno, tan generosamente secundados por el Prior de San Jerónimo y después ilustre Arzobispo de Granada fray Pedro Ramiro de Alva, instituyendo fundaciones en favor del cabildo colegial y del secular de Santa Fe para que se obligasen a la asistencia de la fiesta anual que se celebraba “con gran devoción y edificación del pueblo por ser una memoria tan célebre y tan justa y piadosa” habiendo de acudir el primero con sus sobrepellices y cruz, procesionalmente, “a las primeras Vísperas de la dcha. fiesta y después a la Misa juntamente con la dcha. Ciudad y Pueblo de Sta. Fee que entonces hera Villa” y para que se comprometiese el segundo “a tener el camino limpio y reparado para siempre jamás”. Más adelante, como disculpa de los capitulares de Santa Fe, el descuido en que se tenía el santo lugar por los frailes jerónimos, ya que “la dcha. Hermita estava de ordinario inevitable y sin asistencia de Relixos. ni clérigos, sino el dcho. día de Sta. Cathalina que acudían algunos relixos. a hacer la Fiesta”; la interrupción de ocho años que, por motivos de etiqueta, tuvieron estas solemnidades y, finalmente, la sentencia en contra de los clérigos de Santa Fe para la restauración de las fiestas, que más tarde, en una fecha desconocida para nosotros, dejan definitivamente de celebrarse, y con ello queda convertido el templo en un montón de restos informes y, no obstante “la devoción del lugar”, se pierde hasta la memoria de los sucesos, acaecimientos, votos o fervorosos motivos de tan alto valor espiritual que elevaron sus muros y cerraron sus bóvedas.

Según consta en el manuscrito del siglo XVIII elaborado por el canónigo más veterano de la Colegiata de Santa Fe, don Miguel Vallejo del Burgo, a la erección de la ermita de Santa Catalina de Alejandría, la Reina Isabel dotó su fiesta el 25 de noviembre, encargando de ella y de su renta a la orden de San Jerónimo, cuyos monjes continuaron cumpliendo con la memoria hasta el año 1705 en que se hundió parte de la iglesia. De cómo fuera este primitivo templo, nada nos queda en los archivos. Sólo sabemos que en el año 1705 se hundió “la parte de la capilla mayor y dicho convento la acabó de demoler y con los materiales comenzaron a edificar otro quarto adjunto a dicha Iglesia para trasladar el cuadro de dicha Santa y hacerlo altar”. En vista de que todos estos no fueron más que buenos propósitos, el cabildo colegial acuerda pedir al convento de San Jerónimo “cumpla con la cláusula de dicha memoria, como es su obligación reedifique la Iglesia, ponga altar con las demás cosas pertenecientes al culto divino para que el día de la Santa se celebre dicha fiesta con toda solemnidad y como se ha hecho hasta dicho año que se ha hundido”.

Pasaron los años entre peticiones y buenas promesas de los frailes, hasta que en 1729 pasó el Rey Felipe V por Santa Fe desde Sevilla y, con este motivo, la orden determinó reedificar la ermita. De marzo a agosto duraron las obras que costaron 9.000 reales y “se hizo no en la parte que estaba y sí a la vista de Santafe”. El antiguo cuadro de Santa Catalina fue sustituido por una imagen de talla, compraron todos los ornamentos para decir misa y tres lienzos de los apóstoles. La imagen de Santa Catalina fue bendecida en la iglesia colegial, después de solemne misa y sermón al que asistió todo el cabildo y por la tarde se llevó en procesión a su ermita, que fue bendecida al día siguiente, 12 de septiembre de 1729, por el vicario don Antonio de Otazu.

Poco hubo de durar en pie esta pequeña iglesia puesto que los 150 marjales con que la Reina había dotado la memoria fueron incautados durante la desamortización y, posteriormente, adquiridos a bajo coste por el marqués de Casablanca, entrando a formar parte del ya mencionado Cortijo de Santa Catalina. En el año 1929 todavía quedaba en pie un sencillo pórtico, con un arco todo tapiado de ladrillos, que debió pertenecer a la ermita construida en 1729 y no a la primitiva que se perdió totalmente.

El meritísimo erudito granadino don Cándido G. Ortiz de Villajos, en su  tan citada obra “Santa Fe” que publica en 1929, nos describe el estado en que se encontraban sus ruinas: “En las afueras de Santa Fe y formando parte del actual Cortijo de Santa Catalina consérvanse, tan deterioradas y escasas como aparecen en nuestro fotograbado, las ruinas de una ermita que las necesidades de la labranza tienen convertido, desde ya muchos años, en depósito de aperos del trabajo y aún en cuadra de las bestias de labor. El poco o ningún valor arqueológico de las ruinas y la falta de antecedentes históricos que diesen un interés espiritual a los destrozados restos materiales que aún quedaban en pie de la humilde iglesia, habían originado la indiferencia de las últimas generaciones ante su inminente y total desaparición, haciendo que ésta se consumase, casi absolutamente, en los últimos años.

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Figura 1. Esto es todo lo que quedaba (año 1929) de la ermita de Santa Catalina. García Ortiz de Villajos (1929)

 

¿Y qué hay de aquellos restos de la ermita de Santa Catalina de los que nos habla el señor Ortiz de Villajos? ¿Desaparecieron totalmente con el paso del tiempo? Afortunadamente no, consiguieron salvarse de su completa destrucción aunque… de aquella manera. En una fecha desconocida para nosotros pero, en todo caso, durante la primera mitad del pasado siglo XX, su propietario, el marqués de Casablanca, mandó desmontar la portada de la antigua ermita piedra a piedra y la trasladó a su hogar de residencia, el Palacio de los Marqueses de Casablanca, una casa señorial que poseen en el número 9 de la calle Pavaneras, en Granada, hoy sede de la prestigiosa galería de arte Cidi Hiaya. En el interior de dicho palacio –hoy galería de arte–, en el patio central y justo delante de la puerta que da acceso a una de las varias salas que posee, se pueden contemplar los escasos restos de aquella antigua ermita que acogió año tras año a generaciones de santaferinos cada 25 de noviembre.

Figura 2. Portada de la desaparecida ermita de Santa Catalina, en la galería de arte Cidi Hiaya, en Granada. Archivo Municipal de Santa Fe.
Figura 2. Portada de la desaparecida ermita de Santa Catalina, en la galería de arte Cidi Hiaya, en Granada. Archivo Municipal de Santa Fe.

Esta es la verdadera historia de la ermita de Santa Catalina y para describirla, tan a grandes rasgos, nos hemos atenido exclusivamente a los documentos de que hemos hecho referencia. Por ellos puede comprobarse la importancia y reverencia que las generaciones de tres siglos concedieron a este templo, sin duda alguna muy a tono con el deseo de sus fundadores y en relación con la trascendencia histórica de los acontecimientos que en aquel mismo sitio se desarrollaron y que tuvieron tan feliz término en la cercana ciudad de Santa Fe.

Y para terminar, a modo de reflexión, no queremos dejar de reproducir las palabras del eruditísimo y minucioso investigador Ortiz de Villajos, ya citado con anterioridad, que se hacía la siguiente pregunta: “¿Qué de más haríamos nosotros si consiguiéramos salvar tan venerables ruinas de su total desaparición, y acaso nos extralimitaríamos en nuestro tributo de admiración a la memoria de aquellos forjadores de nacionalidades si otra vez volviéramos el ara a su altar, para que, por lo menos una vez al año, se elevaran las preces sacerdotales y las aromadas nubes del incienso, en recordación de las glorias y grandezas que debe nuestra Historia a la guerrera muchedumbre que se apiñó alrededor de aquel privilegiado lugar ocupado por los insignes Monarcas?” Y continúa diciendo el señor Ortiz de Villajos: “El actual dueño de los escasos restos que aún se conservan de Santa Catalina, persona ilustradísima, distinguido prócer enamorado de la tradición, sería el primero en sumarse a esta idea y con muy poco coste podría hacerse una modesta restauración que permitiera celebrar de nuevo aquellas solemnidades con asistencia del clero de Santa Fe, luciendo la magnificencia de su rica cruz procesional y de sus famosas dalmáticas y el Excmo. Ayuntamiento de la ilustre ciudad, digno sucesor de aquellos otros Cabildos que hacían revocar reales pragmáticas en beneficio del vecindario por ellos representado y por el de otras ocho poblaciones más. A ellas podían ser invitadas las autoridades de Granada y sus Corporaciones y entidades oficiales; y en caso de que prosperase la idea de celebrar, con motivo de la Exposición Ibero-Americana de Sevilla, una gran fiesta en la vega granadina, en honor de los Reyes Católicos y del Ejército cristiano, que tan gloriosamente dio fin a la obra de la reconquista, no creemos que pudiese encontrarse ni mejor escenario, ni lugar más apropiado para rendir el grandioso homenaje que se proyecta.” Aunque, desgraciadamente, con la ya desaparecida ermita de Santa Catalina volvemos a constatar una vez más la certeza de aquella conocida frase de Umberto Eco en su famosa novela, y es que “al final… de la rosa sólo nos queda el nombre”.

FUENTES:

    • GARCÍA ORTIZ DE VILLAJOS, CÁNDIDO. Santa Fe. Granada: Excmo. Ayuntamiento de Santa Fe; Excmo. Ayuntamiento de Granada; Excma. Diputación Provincial de Granada, 1929.
    • LAPRESA MOLINA, ELADIO. Santa Fe: historia de una ciudad del siglo XV. Universidad de Granada, 1979. ISBN: 84-338-0112-0.