Figura 1. Hernán Pérez del Pulgar, apodado “el de las Hazañas”. (http://www.traditioninaction.org/religious/h013rp.PerezDelPulgar.html)
Figura 1. Hernán Pérez del Pulgar, apodado “el de las Hazañas”. (http://www.traditioninaction.org/religious/h013rp.PerezDelPulgar.html)

El complemento perfecto de toda ciudad histórica, lo que podríamos llamar “el espíritu de sus ruinas venerables”, lo constituyen sus leyendas –que siempre han cautivado los corazones de las gentes sencillas, han ofrecido amplio campo de estudio para los investigadores de nuestros valores tradicionales y, en muchas ocasiones, han sido guión seguro para la resolución de transcendentales problemas históricos.

La Ciudad de Santa Fe, a pesar de contar con una historia de una claridad diáfana que puede seguirse paso a paso desde su fundación hasta nuestros días, ofrece un rico e interesante patrimonio –todavía bastante inexplorado– a este respecto en relación a su primer periodo de vida; es decir, al que se inició con su fundación y finalizó con la marcha definitiva de la Corte, pocos meses después de la Reconquista de Granada.

Durante este breve pero intenso periodo de tiempo, la obligada concurrencia dentro de sus muros de las más importantes y principales figuras del siglo –los Reyes y toda su Corte, los más grandes y afamados capitanes del ejército cristiano, los prelados y su aristocrática clerecía, los caballeros de fortuna, los aventureros, los moros renegados, toda aquella abigarrada multitud militar, eclesiástica y secular que la conquista de la famosísima y muy nombrada Ciudad de Granada congregó en Santa Fe– durante este corto periodo de tiempo, repetimos, forzosamente tuvieron que contarse por innumerables los lances caballerescos, las sutiles intrigas cortesanas, los gestos heroicos, las hazañas picarescas, los sucesos amorosos y todo lo bueno y lo malo, lo santo y lo infernal, lo noble y lo reprobable que puede esperarse de una tan heterogénea muchedumbre como tuvo que reunirse en la nueva ciudad que estaba naciendo, amalgamada por la exaltación religiosa, el espíritu patriótico, la esperanza de un botín fabuloso, la sed de gloria, el instinto de rapiña y todas las demás pasiones sublimes o inconfesables que el asedio de la Ciudad de la Alhambra debieron desatar.

Figura 2. Escudo de Armas de Hernán Pérez del Pulgar. (https://ciudadreal.wordpress.com/el-palacio-de-hernan-perez-del-pulgar/)
Figura 2. Escudo de Armas de Hernán Pérez del Pulgar. (https://ciudadreal.wordpress.com/el-palacio-de-hernan-perez-del-pulgar/)

De los muchos sucesos que forzosamente tuvieron que acaecer en el interior de las murallas de Santa Fe y ante sus fuertes muros, quizá sea el más notable el legendario desafío entre Tarfe y Garcilaso, librado frente al mismo Real castellano, a escasa distancia de sus almenadas murallas. Puede ser que los investigadores de la Historia, en su puritana tarea de discernir los campos de la verdad comprobada y de la leyenda popular, lleven razón en negar no sólo el hecho sino hasta la existencia de los personajes que debieron realizarlo. No obstante, eso no supone ningún obstáculo ni hace perder el interés tradicional para nosotros –y creemos que tampoco para ustedes– de aquel lance en que un imberbe guerrero castellano ganó su apellido y cubrió los blancos cuarteles de su escudo venciendo al temido Moro Tarfe. Esta conocidísima leyenda que aquí mencionamos se basa en una tradición granadina y en un romance que narra dos episodios legendarios transcurridos durante el definitivo asedio de la Ciudad de Granada desde el Real de Santa Fe. Sí, leyeron bien: dos episodios y no uno, pues si bien es de sobra conocido el lance entre el Moro Tarfe y Garcilaso en el campo de Santa Fe, no lo es tanto el que protagoniza Hernán Pérez del Pulgar en la Ciudad de Granada, según la narración, justo el día antes. Dado que la lógica nos aconseja comenzar siempre las historias por el principio, dedicaremos este “trocito de historia” a narrarles este último episodio en el que nos acercaremos a la figura del gran Hernán Pérez del Pulgar en una de sus famosas “hazañas”.

Debía de ser algún día indeterminado entre octubre y noviembre de 1491 –algunos cronistas e historiadores, los menos, fechan el suceso el diecisiete de diciembre de 1490. Pulgar residía en Santa Fe –o en Alhama, si damos como cierta la versión de estos últimos. No obstante, la fecha exacta en que se desarrolla o la localización concreta en la que se fragua esta historia no son, ni mucho menos, los datos más relevantes ni significativos de la misma. Lo verdaderamente importante es que Pulgar era un hombre valeroso y listo, por lo que su presencia era necesaria en aquel lugar y desde allí salía para sus correrías. Allí se pasaba sus días de descanso y de asueto.

Figura 5. Cuadro de Hernán Pérez del Pulgar en la Casa del Marqués del Salar. (https://hidalgosenlahistoria.blogspot.com.es/2016/02/hernan-perez-del-pulgar-llamado-el-de.html)
Figura 5. Cuadro de Hernán Pérez del Pulgar en la Casa del Marqués del Salar. (https://hidalgosenlahistoria.blogspot.com.es/2016/02/hernan-perez-del-pulgar-llamado-el-de.html)

Nuestro héroe, en un día de esos de libranza militar, estaba en la plaza de armas del campamento cristiano con un grupo de hidalgos amigos, tomando el sol de invierno en una recacha, contando sus batallas y escuchando las ajenas. Cada uno contaba sus aventuras. Emplear el tiempo libre en contar “batallitas” era lo propio de un hidalgo castellano decente. Uno contó una cosa que a todos pareció una barbaridad.

– Yo he luchado contra muchos jinetes granadinos a las mismas puertas de Granada.

Otro iba más lejos.

– Pues yo he clavado una daga en las mismas puertas de la Ciudad.

Por supuesto, ninguno de los contertulios creía una sola palabra de lo que contaban los otros. Pulgar, que siempre solía hablar el último, comenzó a señalar a quince de los más valientes.

– ¡Tú, tú, tú, tú y tú! ¿Estáis dispuestos a seguirme? Voy a entrar en Granada a pegarle fuego.

Los quince hidalgos señalados –Gerónymo de Aguilera, Francisco de Bedmar, Diego de Jaén, Álvaro de Peñalver, Diego Ximénez, Pedro de Pulgar, Montesino de Ávila, Ramiro de Guzmán, Cristóbal de Castro, Tristán de Montemayor, Diego de Baena, Alfonso de Almería, Luis de Quero, Rodrigo de Velázquez, y Torre– le miraron con cara de incredulidad y le preguntaron:

– ¿Tú has bebido?

Ya sabemos lo que ocurre con esas bravuconadas en la plaza de los campamentos militares. Empiezan a decir que si “tú no tienes pantalones” de acompañarme, que si tú lo que eres es “un calzonazos”,… El caso es que Pulgar, acompañado de sus quince compañeros, salía del campamento de Santa Fe al amanecer del día siguiente con la euforia y la decisión reflejada en sus gritos y en sus ademanes. Una mujer mayor de la Corte, al ver la facha de los expedicionarios, se asomó a una ventana y se dio cuenta de que iban a hacer alguna insensatez. Al verles así, tan decididos, gritó a los acompañantes de Pulgar:

– ¿Con Pulgar vais? ¡La cabeza lleváis pegada con alfileres!

Nuestros amigos caminaron hasta La Malahá y allí buscaron una sombra para pasar el día, más o menos ocultos. Más de uno pensaría que Pulgar iba a volverse en cualquier momento. Sin embargo, al caer la tarde, mandó recoger un par de haces de retama para incendiar Granada y, así, salieron para la Ciudad de la Alhambra. Era ya casi de noche. Sin ser vistos ni oídos continuaron su caminar y se acercaron a las murallas de Granada por la parte de Bibataubín. Luego marcharon por el cauce del río Darro y llegaron hasta el Puente de la Paja, por la actual Puerta Real.

Seis de los locos estos se quedaron allí agazapados y con el corazón latiendo a mil por hora. Pulgar, seguido por los restantes y guiado por un criado suyo, antiguo moro granadino a quien había bautizado con el nombre de Pedro de Pulgar, avanzó por el cauce del río, la actual calle Reyes Católicos, saltó por unas acequias de desagüe, cruzó en silencio las calles oscuras y llegó a la puerta de la gran mezquita. Allí se arrodilló en su puerta, desenrolló un pergamino que tenía pintado el símbolo del AVE MARÍA y lo clavó con su puñal en las chapas de la puerta. Acto seguido, se dirigió a la cercana Alcaicería para incendiarla con la leña que habían recogido. Pero el encargado de llevar la tea, un tal Tristán de Montemayor, se había dejado los arreos de quemar en la puerta de la mezquita.

Figura 3. Hernán Pérez del Pulgar ante la mezquita de Granada, colgando su declaración. (http://lasoga.org/hernan-perez-del-pulgar-las-hazanas/)
Figura 3. Hernán Pérez del Pulgar ante la mezquita de Granada, colgando su declaración. (http://lasoga.org/hernan-perez-del-pulgar-las-hazanas/)

Contrariados con el olvidadizo Montemayor, le pidieron que hiciera fuego como habían convenido. Estamos hablando del año 1491: no había cerillas, ni cócteles molotov, ni un mal encendedor de butano; así que sacaron eslabón y pedernal que aplicaron a un trozo de cuerda cualquiera. Tarea ardua y peligrosa en plena noche de invierno en la Alcaicería granadina. ¡Por cualquier calle podía aparecer una ronda de moros, como así fue!

Nuestro olvidadizo Tristán agarró su espada, se lió a mandobles con los asustados moros y logró matar a algunos; pero el alboroto, obviamente, fue notable. Nuestros amigos, con Pulgar a la cabeza, afortunadamente, no consiguieron quemar Granada. Salieron por pies río Darro abajo, saltaron las murallas por donde pudieron y llegaron a Santa Fe con una hazaña más que contar en sus ratos de recacha al sol de invierno en las plazas de los campamentos. Naturalmente, contaron a los cuatro vientos lo del cartelito del AVE MARÍA y el asunto pasó a ser un acto de fervor mariano de quien, afortunadamente, había olvidado la yesca y el eslabón y no pudo quemar la Ciudad de Granada.

39 Tumba de Hernan Perez del Pulgar
Figura 4. Tumba de Hernán Pérez del Pulgar. En ella reza «Aquí está sepultado el magnífico cavallero Fernando del Pulgar, señor del Salar, el qual tomó posesión desta sancta Iglesia, siendo esta ciudad de moros (sic). Su magestad le mandó dar este enterramiento. Falleció a XI de agosto de MDXXXI años». (http://elsayon.blogspot.com.es/2014/11/en-la-capilla-funeraria-de-un-ilustre.html)

El Rey colmó de elogios y distinciones a nuestros hombres. A Pulgar le concedió tener asiento de honor en el coro de la futura Catedral granadina. También gracias a esta gesta, los Reyes le otorgaron el privilegio de poderse enterrar junto a ellos –a pesar de no ser miembro de la Casa Real– en el lugar donde confluyen las puertas de los tres templos granadinos más importantes: la Catedral, el Sagrario y la Capilla Real. Privilegio muy de destacar, pues no se ha vuelto a repetir en la Historia de España.

Todavía hoy, su fama sigue corriendo de boca en boca y siempre se le compara con los grandes adalides medievales: todo el mundo conoce que su hazaña del puñal y el cartelito con la inscripción AVE MARÍA es una de las más famosas y nombradas de la conquista de Granada. Y, todavía hoy, sus gestas siguen pregonándose en los púlpitos y en los cuarteles y sus hazañas siguen siendo tema de conversación en las plazas de los pueblos, ocupando importantes portadas en los libros de historia y en los periódicos locales.

FUENTES:

    • ARIZTONDO AKARREGI, SALVADOR; ROGER CORRAL, LUISA; RUIZ GODOY, JESÚS B. Las calles de Santa Fe. Historia de los nombres. Santa Fe: Ayuntamiento, 2008. ISBN: 978-84-936334-2-4.
    • BUENO GARCÍA, FRANCISCO. Los Reyes de la Alhambra. Entre la historia y la leyenda. Ediciones Miguel Sánchez. Granada, 2004. ISBN: 84-7169-082-9.
    • GARCÍA ORTIZ DE VILLAJOS, CÁNDIDO. Santa Fe. Granada: Excmo. Ayuntamiento de Santa Fe; Excmo. Ayuntamiento de Granada; Excma. Diputación Provincial de Granada, 1929.