Manuel Villafranca y el arte de hacer guitarras
- Visitamos el taller de Manuel Villafranca, famoso maestro artesano que ha vendido guitarras por todo el mundo.
El taller de Manuel Villafranca (Santa Fe, 1927), en el barrio de La Pulga, es de esos sitios en los que parece haberse detenido el tiempo. Sobre el banco de trabajo una guitarra a medio terminar descansa sobre un paño blanco. Herramientas y un viso de polvo y serrín otorgan a todas las cosas un venerable aire de eternidad. Sólo un ordenador desentona en este ambiente y nos devuelve al siglo XXI. Manuel, nonagenario, asegura desenvolverse con soltura con la computadora; pero lo suyo son las guitarras. A los 17 años se fabricó la primera con un tronco de ciprés. Lo hizo porque le gustaba tocar. Intuyo que en su concepción casi mística del oficio se puede ser guitarrista y no hacer guitarras pero no se puede hacer guitarras sin saber tocarlas. Eso se lo ha tenido que reprochar Manuel a más de un cliente que se ha acercado a su taller y él, maestro, sólo con verlo coger el instrumento le ha tenido que reprochar “si no sabe tocar la guitarra para qué quiere una”.
Manuel Villafranca no sólo las fabrica, también ha dado conciertos de guitarra. Ahora nos reconoce que el pulso le traiciona a la hora de tocar. Manuel es de los hombres que ha hecho de su oficio un arte y de su artesanía un arcano. Sus manos, recorridas por surcos trazados por los años y los trabajos, siguen haciendo guitarras. Saltamos de una anécdota a otra. Por este taller han pasado muchas personas. Algún que otro guitarrista de fama ha rasgueado las cuerdas que Manuel había tensado sobre trozos de madera ensamblados. Reconoce con orgullo que tiene repartidas guitarras por medio mundo, de Francia a Japón pasando por Argentina. Desde Santa Fe de Nuevo México viajaron hasta la primera Santa Fe sólo para hacerse una foto con él. “Me conocen fuera más que aquí”, afirma con una sonrisa transparente.
Manuel, como tantos españoles, tuvo que salir de España. Se marchó a Francia y allí pasó veinte años, primero trabajando como ebanista, luego le surgió la oportunidad de hacer guitarras. “No sabían lo que era la guitarra española y yo les enseñe a todos”. Tanto interés tuvo el dueño de un taller en que Manuel hiciera guitarras con ellos que cuando le propusieron el trabajo y él les dijo que estaba comprometido con una fábrica de muebles se las arreglaron para que no tuviera que cumplir el contrato y pudiera empezar lo antes posible.
64 guitarras y un clarinete. Palo santo, ciprés, nogal… maderas venidas de lugares exóticos como India o Brasil, esos son los pedazos que llegan a las manos del maestro artesano. Él los doma, los mima, les da vida, los preparada para hacer música. “Las de fábrica no las pueden hacer bien hechas, a la madera hay que domarla. No pueden hacer una guitarra como yo, lo hacen de contrachapado y ni la prueban”, nos asegura al comparar su artesanía con la fabricación moderna de guitarras. Le preguntamos qué cuantas horas de trabajo requiere una guitarra; pero aquí el tiempo no es importante. “He llegado a tener aquí sesenta y cuatro guitarras, me encargaban una y hacía cinco”. Cuesta imaginar tantas guitarras apiladas. Manuel ha perdido la cuenta de cuántas guitarras habrá hecho a lo largo de su vida. Y no sólo guitarras, violines, violonchelos, hasta un clarinete.
Puede que suene a lugar común pero es verdad, ninguna guitarra es igual a otra. Depende lo que vayan a tocar varía la madera, por ejemplo para flamenco es mejor el ciprés por ser una madera blanda. Pero no sólo depende del estilo, también del guitarrista. Se podría decir que cada una tiene su personalidad y esto tiene mucho que ver con cómo sea quién la toca. “Depende de cómo tenga las manos, de cómo toque, de si es más nervioso y más tranquilo…”, Manuel necesita conocer todos esos detalles para acertar, así que su oficio no acaba hasta no emparejar al guitarrista con la guitarra.
Una escuela en Santa Fe. Se quedó con las ganas de abrir una escuela en Santa Fe donde enseñar a hacer guitarras. A él acude mucha gente para que le enseña, como si fuera algo que se pudiera aprender por fascículos. Manuel nos reconoce, entre divertido y comprensivo, que en la mayoría de los casos las guitarras las acaba haciendo él.
Hablamos de cómo los talleres artesanos se van perdiendo, la figura del aprendiz es incompatible con estos tiempos y sin nadie que aprenda el oficio es imposible conservar la tradición. Aunque Manuel ha sido siempre autodidacta, desde que a los nueve años salió de la escuela y empezó a trabajar como ebanista. En aquellos años terribles de la guerra “se hacían guitaras con las cajas del pescado”. Así que a Manuel nadie le enseñó cómo tenía que tratar la madera para que añadiéndole cuerdas pudiera producir música. Y sin embargo aquí está, uno de los maestros más reconocidos, que todavía sigue recibiendo encargos que dan fe del apreció que reciben sus guitarras en todo el mundo. Y sí, es de aquí, de Santa Fe de toda la vida, lo pueden encontrar ustedes en el barrio de la Pulga y les aseguro que es una maravilla charlar con él, un hombre de una pieza como se suele decir, con el que se puede descubrir que la vida está entre una guitarra y las manos de un guitarrista (o entre las manos de quien antes la hizo), como lo está siempre en las cosas sencillas de este mundo.