Cementerio de Santa Fe: el cementerio donde se cazan pokémon
- SANTA FE DIGITAL visita el cementerio de Santa Fe en estos días dedicados a los difuntos y descubre sus secretos y curiosidades.
Antes, cuando se acercaba el Día de los difuntos, en el cementerio de Santa Fe, para desbrozar y quitar las malas hierbas se les prendía fuego de manera que las cruces que eran de madera y que indicaban el lugar de los enterramientos desaparecían. La familia conocía más o menos el “roal”, nos dice José Luis, guardián del camposanto, pero eso no ha evitado que muchas tumbas se agolpen de manera irregular, algunas incluso casi encima de las otras. De todas formas, el cementerio alberga ya a tantos santaferinos que se ha convertido en un inmenso osario en el que allá donde pongas el pie ten por seguro que vas a encontrar un hueso.
Esta tierra lleva recibiendo los restos de los habitantes de la ciudad y sus anejos desde hace más de un siglo. Hay tumbas ya olvidadas. Aun así, la sepultura más antigua, que data de 1884, todavía cuenta con las atenciones de algún descendiente.
Si te detienes a mirar aquí y allá es como hacer un repaso por la historia, con minúscula, la historia pequeña que es la importante, de Santa Fe. Los apellidos ilustres con sus lujosos panteones, muchos vienen de Granada en estos día a visitar los sepulcros de sus antepasados (Nogueras, Carrillo de Albornoz, Rosales…), conviven con enterramientos más modestos. Como cantaba Mecano, “aunque en el Juicio Final nos traten por igual/ aquí hay gente de rancio abolengo”.
Ilustres y anónimos.
Personajes ilustres muy con ocidos, como el rey del chopo, Diego Liñan, el primer alcalde de la democracia, Antonio Callejas, Consuelo Tamayo, la Tortajada o Ceferino Isla, conviven con personas anónimas que también tienen sus monumentos mortuorios. Aquí un Guardia Civil que murió montando a caballo y al que sus compañeros y oficiales dedican un túmulo, allí una joven de 22 años con una sencilla tumba de adoquines, aquí un señor que falleció por el año treinta y del que se acuerdan su viuda, sus hijos y la Banda Municipal de Música de la que fue miembro. Un famoso ciclista que dejó la vida sobre las dos ruedas y que todavía por la foto en la lápida se le adivina pedaleando. Incluso un chino, padre redentorista, que desde la otra punta del globo acabó dando con sus huesos, nunca mejor dicho, en Santa Fe, donde reposa para siempre.
Aunque ahora la mayoría de las sepulturas son en nichos, todavía se entierra, nos comenta José Luis señalando una inhumación reciente, con la tierra todavía húmeda. Y ahora que el Papa ha dicho que no se pueden tirar las cenizas a cualquier sitio, continúa, volveremos a tener más trasiego. Antes aquí había un entierro todos los días, ahora a lo mejor hay uno a la semana, la gente prefiere la incineración y ahorrarse el dinero de la lápida.
De campamento a cementerio.
El lugar donde se encuentra ubicado el cementerio, el Pago de Santa Catalina, parece ser, según indican algunos estudios, el lugar donde se situó el primitivo campamento de los Reyes Católicos. También es posible que en las cercanías se encontrara la ermita de Santa Catalina que mandó construir la Reina en agradecimiento por la Toma de Granada. Lo poco que queda de la ermita, apenas cuatro piedras, se puede ver a pocos metros de la tapia. Antes de este el primer cementerio de Santa Fe, en uso hasta 1880, estaba a las espaldas de la Ermita del Cristo de la Salud. El Instituto de Patrimonio Históricos de Andalucía destaca algunos panteones notables como el de Rosales o el de Herrera (1909) con una cruz de forja sobre pedestal aéreo.
A parte de los catálogos de la Junta de Andalucía, cuentan de la escultura de una Virgen, traída expresamente de Italia para un mausoleo, a la que las viejas le tenían mucha devoción porque era milagrosa. De un día para otro desapareció y pasó al mercado negro o quién sabe. Lo cierto es que al tiempo apareció un hombre que con ansiedad le solicitaba al responsable que le diera permiso para pintar las verjas de hierro que delimitan el túmulo donde estaba la imagen de la Virgen. Al parecer tenía esa imperiosa necesidad suscitada por algo…
Tampoco se ha librado este cementerio de los que por morbo o por estar avenados acuden allí con velones negros que dejan a las puertas. Fue víctima de algunas profanaciones hace años. A parte de esto es un lugar tranquilo. Acaso lo único tétrico sea la sala de autopsias que conserva en desuso, hoy como almacén. En medio de la sala la mesa de disección, parece de más frío mármol que las lápidas, las batas médicas todavía cuelgan del perchero raídas por el tiempo.
Aquí no hay wifi.
Como cada primero de noviembre la carretera de Belicena bulle de coches. Aunque los disfraces y las máscaras terroríficas sustituyan a don Juan Tenorio, los huesos de santo dejen paso a las calabazas y el “truco o trato” usurpe la visita a los difuntos, todavía en estas fechas los cementerios de toda España se llenan de concurrencia. Santa Fe no es diferente. La abuela que se afana en limpiar la lápida donde reposan sus antepasados de los que ya sólo ella se acuerda, el marido que deja flores sobre la tumba de su mujer o la familia que acude al lugar donde reposan sus seres queridos. Los tiempos han cambiado pero aun así una niña disfrazada de bruja le pregunta a su abuela si pueden limpiar la lápida del abuelo.
Cae la tarde y los visitantes van saliendo poco a poco por la cancela de metal. Como cada primero de noviembre el cementerio se vuelve a llenar de los que van a visitar a sus muertos. Luego serán muy pocos los que se acerquen por aquí. Ahora vienen los jóvenes a cazar Pokémon, nos comenta José Luis, pero no tenemos wifi.