José Castro Fernández y Oscar Castro García junto al reloj de la Parroquia.
José Castro Fernández y Oscar Castro García junto al reloj de la Parroquia.
  • La vieja maquinaria del reloj de la Parroquia sigue funcionando gracias a José Castro que mantiene a Santa Fe en hora.

Son las once de la mañana. El enjambre de ruedas, tuercas y cadenas de abajo activa el martillo que golpea el bronce de María, la campana más grande y más antigua de Santa Fe. Lo golpea once veces. Dom, dom, dom… La vibración de la campana retumba y se sostiene durante varios segundos después. Abajo la vida continúa. Las pequeñas hormigas que recorren la Plaza de España apenas reparan ante el recital de María dirigida en su tañer por el viejo reloj de la torre. Las campanadas del reloj de la Parroquia forman parte del paisaje sonoro del pueblo. El resonar de los cuartos y las horas acompasan nuestros días marcando el paso del tiempo con sus toques pero nunca nos detenemos a preguntar por su historia.

Y la historia del reloj va unida a la de José Castro. Pocos saben que este vecino subió todos los días durante sesenta y un años los 82 peldaños que ascienden hasta la torre del reloj para darle cuerda. Y antes que él subió su padre y antes su abuelo. Pero vayamos por orden.

Inscripción con al fecha de instalación del reloj.
Inscripción con al fecha de instalación del reloj.

Al parecer, previamente a este reloj, existía otro que hubo de ser sustituido a principios del siglo XX. De hecho, José conserva algunas piezas de aquella antigua maquinaria. Así pues, en el significativo año de 1900, como si las autoridades quisieran poner en hora a Santa Fe con el recién estrenado siglo, se instala una nueva máquina el día 31 de marzo por parte de Juan Velarde, relojero de Granada. Así quedó escrito en la pared justo encima del reloj, a lápiz y con una distinguida caligrafía: Juan Velarde instaló este reloj el día 31 de Marzo de 1900.

Desde entonces, el abuelo de José, don Enrique Castro Jiménez, que era jefe de mecánicos de la Fábrica de azúcar del Señor de la Salud, se hace cargo del mantenimiento de la maquinaria, de engrasarla y darle cuerda, de mantenerla a punto para que siguiera funcionando correctamente. Y después de él su hijo, Joaquín Castro Moreno, con quien desde los seis años subía José a la torre para darle cuerda al reloj. José todavía recuerda los buñuelos que le compraba su padre después de bajar de la torre a una señora que vendía churros en el Pósito. Desde entonces se empezó a aficionar a subir las angostas escaleras para poner a punto el reloj.

A partir de 1954 José Castro pasa a hacerse cargo del cometido de su padre y nos confiesa que si no hubiera caído en sus manos el reloj estaría ya en la basura. Después de 116 años son algunos los achaques que tiene esta vieja maquinaria; pero gracias a los cuidados y los mimos de José se mantiene siempre a punto. Durante 61 años él ha engrasado sus mecanismos y ha corregido los desperfectos que el tiempo ocasiona. A lo largo de todos estos años algún que otro relojero ha subido a la torre para reparar alguna avería de reloj viejo; pero sólo José, con la paciencia y el conocimiento del médico que conoce a su paciente de toda la vida ha sabido administrar al reloj de Santa Fe el remedio que necesitaba.

José y Oscar Castro en el campanario.
José y Oscar Castro en el campanario.

Ahora es su hijo, Óscar Castro García, quien desde 2015 ha recogido el testigo y sube para darle cuerda al reloj. En un ritual que tiene que repetirse cada cuarenta horas para que las agujas sigan marcando el paso del tiempo.

Subimos con los dos a la torre y descubrimos las entrañas de la centenaria maquinaria. Detrás de la esfera que da la cara a la Plaza están el conjunto de piezas que miden el tiempo. Hacia abajo las pesas y el péndulo, más arriba las campanas, en medio, la maquinaria, perfectamente engrasada por José y Óscar a la cual dan cuerda con unas manivelas.

“Esto es como una cosa mía, de mi casa”, nos desvela José Castro, que atesora una sabiduría poco común, como de quien ha subido todos los días al campanario de la iglesia y ha visto a Santa Fe desde lo alto y juzga las cosas con ponderación, con ingenio y con sentido del humor. Es como una cosa suya don José; pero que le agradecemos todos.